El
timbre de la puerta sonó por tercera vez y una anciana de pelo cano y ensortijado
apareció tras la puerta. La mire a los ojos y desconcertado le pregunté por
María, aquella chica que había conocido el día anterior y me había dado su dirección.
Pareció no entender mi pregunta, así que tímidamente volvía a preguntarle.
Arrastrando las palabras me respondió que no conocía a ninguna María. Caí en la
cuenta del engaño y me reproché no haberle pedido el número de su móvil, sólo
me habría costado una llamada y no medio día en atravesar toda la ciudad.
El
Capitán
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