Me faltaba el aire. Abría la boca como un pez fuera del agua. No le di mayor importancia hasta que unos minutos después me sobrevino la misma sensación. Pareciese que encima tuviese sentada a mi suegra dando botes. El dolor se extendió hacia el lado izquierdo. La espalda, el cuello y la mandíbula se volvieron rígidas. Ahora era el brazo el que me dolía. Un sudor frío me empapó la frente y los labios, hasta que al fin comencé a recuperar la normalidad. Me tranquilicé.
Y entonces una brisa tibia me sobrecogió. Un dulce sueño se adueñó de mí. Mientras un beso cálido y dulce de sus labios se estampó en mi mejilla, y una respiración profunda y entrecortada no dejaba lugar a dudas. Estaba muerto y podía verla sollozando encima de mi cuerpo inerte.
Ahora es el suyo el que se estremece cada noche entre las sábanas cuando una brisa tibia se cuela en el dormitorio y le devuelvo el beso. Dulce sueño, dulces sueños mi amor...
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