Páginas

Translate

jueves, 12 de julio de 2018

Laurita, Laura, Laurita...


En la calurosa tarde del nueve de Julio nadie pudo imaginar qué, tras aquella cortina, en el interior de aquella habitación del segundo piso, iba a dar a luz sola aquella chiquita de ojos claros y piel pálida. Apenas contaba con dieciocho años de edad. Menuda perdida de tiempo aquello de estudiar. Se decía encerrada en su cuarto de estudio mientras se masturbaba con la imágenes de aquellos chicos de sexo aureo que aparecían como distraídos en alguna pose grotesca o fuera de control y despojado de lo más sagrado de su intimidad.
Laurita, recogía tempestades mientras saboreaba el placer de provocar tormentas. Nada en ella era improvisado. No daba puntada sin hilo.  La vida era para esta, algo así como una montaña rusa plagada de giros emocionales donde poder sacar provecho de lo ajeno. 
Muy lejos de la educación que para ella le tenían programada sus padres, cirujano él, pediatra ella, se encontraba en contraposición su otro yo; Laura. Su hermanita gemela, ojito derecho de su padre y el izquierdo de su madre, así al menos lo veía y expresaba en enérgicas discusiones familiares que acababan siempre en desplante. Laurita, después de despotricar por todo, por todos y para todos, cerraba la polémica en los más alto del climax en un acto de falta de empatía y desfasada soberbia en favor de un egoismo enfermizo impropio de su edad. Antes ella que el mundo. Lo que no sabía es qué, la vida te come sigilosa mientras tú la desafías abiertamente. 
Laura. Laura era la culpable de todo sus males. La que tuvo que nacer para ella desaparecer. Para ser destronada. Una linda chiquita víctima de las envidias que inconscientemente provocaban sus encantos. Laura. Pobre Laura.  En un vaivén de psicólogos y terapeutas transcurrió la vida de la pequeña, machacada a golpe de goteo por su otro ella. 
Alta capacidad le diagnosticaron. Menuda prenda la chica. Laurita utilizó su "don" para hacer el mal. Le resultaba más placentero regocijarse, que condonarse y aceptar que tampoco consistía en alcanzarlos los valores celestiales de un buen samaritano. 
En bastarda se reconoció a los dieciocho. Una burda falacia que urdió bajo el auspicio de las más que despreciables amistades que el mundo de la droga le puso en el camino. Todo su afán consistía en ganarse la vida a base de los esfuerzo y sacrificios de sus padres. Todo dinero era poco con tal de matar al bicho que anidaba en su cabeza. Y así acabó. Pariendo un bastardo qué, no por no quererlo legítimo no saberlo supo qué, no podía buscar donde no sabía encontrar. Y así acabo Laurita siendo, eso que pudo ser y no supo sino siendo; Laura. Laura, Laurita, Laura...