Páginas

Translate

domingo, 26 de agosto de 2018

Para los malentendidos.


Dios sabe que no tengo la culpa de lo que se dice por ahí. Algunos calculan atolondrados de cuanto estamos hablando. Otros apenas aciertan a saber cuanto hay de momento. El lugar preferido para los peregrinos como yo es el limbo. 
Recuerdo al único que atinó. Lo crucificaron en la plaza mayor como si fuera un pollo, empalándole por el culo una sarta de mentiras sin argumento. 
Se puede ser cínico y sin escrúpulos. Pero en lo que nunca se puede caer es en la torpeza. 
 A mi lado tengo a mi mejor amigo. Y lo llamo así porque siempre me dijeron que antes de morir estaría rodeado de mis seres queridos. A este lo quiero como a un hijo. Como al hijo de puta qué es. Por suerte para mí y para mis enemigos, aún pienso seguir vivo mientras la suerte me lo permita. ¡Ah!, olvidaba decirte una cosa, mi buen amigo; con suerte, de esta también salgo vivo...

sábado, 25 de agosto de 2018

Corazón roto.


Aquel hombre del fondo se llama Lester. Este es su barrio. Esta es su calle. Tiene cuarenta años. Tendría que haber cumplido cuarenta y uno a medianoche. En menos de cinco minutos habrá muerto. Claro qué, esto aún no lo sabe. Y en cierto modo, hacía tiempo que ya lo estaba... 

  Tras acudir a la consulta del Doctor Gálvez, este, le advirtió de que debería cuidar su debilitado corazón. Se personó en la consulta nada mas regresar a la ciudad, ya que se sentía más fatigado que de costumbre. 
  Esa misma noche, una noche como otra cualquiera, Lester se estiraba buscando desperezarse. Se frotaba los ojos como si quisiera despertar. Por motivos de trabajo, pasó un par de meses fuera de la ciudad. Su piel se había estirado de manera exagerada. Un falso florecimiento que le reconfortó al ver su rostro reflejado en una de los cristales de una de las ventanas que daban al exterior. Le extrañó no haber tenido el recibimiento de siempre. Había encontrado a Sofía fría y distante. 
  La barra no es un mal lugar, pensó Lester. Pero finalmente eligió una mesa. Mejor una mesa. Sofía quería hablar con él. Debía ser importante. Él también tenía que hablar con ella, y que mejor lugar que sentados cómodamente frente a frente. 
  Tras la nefasta noticia sobre su estado de salud, decidió dar un vuelco a su vida y dedicarse a lo que realmente le hacía feliz; escribir. Esta era la buena noticia.
  La puerta del bar engullía siluetas de sombras que provenían del reflejo de la tibia luz de las farolas en la calle. Unas de hombre, otras de mujer, otras de... ¡qué mas da! Hasta que Sofía entró imponente por la puerta del local. 
  Estaba preciosa. Lester brincó de la silla a la mesa apoyándose en la punta de los codos y esbozando una mueca de extremo dolor. Un par de crías de crin rubia y enormes lazos educadas para ser estúpidas, se desternillaban ante él al ver las muecas que su rostro intentaba contener. Una de ellas, llevaba atado a su muñeca una cuerdecilla que en su extremo sujetaba un enorme globo de color rojo. Sofía se dirigió hacia Lester con paso firme y le sacudió con la siguiente sentencia:


-Lester... ¡quiero dejarlo!

  Entonces le sobrevino la misma sensación. Era un dolor opresivo que iba en aumento. Le faltaba el aire. Abría la boca como pez fuera del agua. La opresión iba en aumento. El dolor se extendió hacia el lado izquierdo. La espalda, el cuello y la mandíbula se volvieron rígidas. Ahora era el brazo lo que le dolía. Un sudor frío empapó su frente y labios. Hasta que al fin pareció que comenzaba a recuperar la normalidad. Y se tranquilizó...

- ¿Qué quieres decir con qué quiero de dejarlo? ¿Dejar el qué?
- Lo nuestro Lester. Tú y yo.

  Unas náuseas repentinas le estaban revolviendo el estómago. De repente, por la comisura de sus labios surgió de improviso un reguero de vómito. El tiempo se heló lo que dura un segundo cuando se hace eternidad. El cuerpo de Lester cayó golpeando la cabeza sobre la mesa. El enorme globo rojo explotó estrepitosamente. Sofía lo asió por las axilas en un vano intento por volverlo a su posición natural. Lo llamó por su nombre en repetidas ocasiones. Se disculpó. Y gritó como poseída por un sentimiento de culpa que sabía que nunca cicatrizaría. Las campanadas de una iglesia cercana repicaron. Las doce en punto.
  Alguien dijo una vez, que la vida es aquello que te va sucediendo mientras estás ocupado haciendo otros planes. Pues Lester no tuvo tiempo para llevar a cabo esta máxima. Su intención era esta. Tras recibir la nefasta noticia de su dolencia, se marcó como objetivo el saborear cada segundo como si fuera el último. Para ello contaba con Sofía. Andaba muy ilusionado con poder compartir su nueva aventura con ella. Sin tiempo para saborearlo, la vida le había dado una nueva oportunidad. Quería pasar tiempo en casa. Dedicarse a las tareas propias de la vida mundana. A su hobby vocacional que dejó aparcado por exigencia familiar. Pero su débil corazón no pudo más. Su corazón colmado no pudo más y...

Eleuterio Fernández Ramos, Lester para los amigos, pasó a engrosar la lista de los Corazones Rotos.


FIN