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sábado, 25 de mayo de 2019

Tras la tempestad.


Recio como un roble y hundido el occipital, cometió el error de, 
desfilar su voluptuosidad próxima a su hocico.
Alimaña de bajos instintos, dispuso su tronco en Situación.
Perfilado.
Distraído.
Alerta.
Atento.
Reculó dándole un insignificante espacio.
Suficiente; lo preciso para invitar a la confianza.
Oteó,
de un brinco desparramó su figura sobre el jergón.  
Mira.
Sonríe.
Besa.
Gira, vuelve y besa.
Despide fertilidad, pasión, dulzura, cariño, honestidad.
Sonrío.
Y ya está; gira, vuelve y besa.
No es difícil. 
Es tan fácil como ser yo, yo, y ella, ella.


miércoles, 22 de mayo de 2019

Un árbol marchito en mi jardín.

  


  Con diecisiete años ya acariciaba la fama con la punta de los dedos. Le auguraban una carrera repleta de éxitos. En su caso no había que preguntarse si el genio nace o se hace. Había nacido con él.
  Driblaba como un demonio. Era ambidiestro. Podía jugar en cualquier posición. Tenía carisma. Al tiempo, al poco de destacar, la presión se hizo insoportable. Finalmente, decidió retar al destino. Todavía me estremezco cuando lo pienso.
  Plantó un hermoso árbol en el jardín de su casa. Quería así testimoniar la nueva vida que había decidido tomar. Quizás fueran delirios románticos de un adolescente, pero qué mas da. Era así. Fue lo que hizo. La cultura del éxito llevaba décadas causando estragos entre los pubescentes, y él fue una de sus víctimas.
  Compró una máquina de escribir. Pensaba que de esa manera podría descargar sobre el papel el peso que le atormentaba. Y se sintió bien. Muy bien. Y es entonces, solo entonces, cuando comenzó a creer que a alguien más le podría interesar aquello que hacía; el relato de un chico que iba para estrella del fútbol y decide tirarlo todo por la borda para ser escritor. No puede fallar.  
Compró un sombrero. Uno de esos. Y un puñado de moleskines. Estaba decidido a dar el salto. Lo anotaba todo. Lo preguntaba todo. Empapeló su cuarto con anotaciones y se puso a escribir frenéticamente convencido de que sorprendería al mundo con su relato. No sucedió.    
 Tomó ese camino y no sucedió. Perdió ese tren del que hablan y que solo pasa una vez en la vida. Ese que te lleva al lugar previsible donde todos esperan que llegues. Tomó el que iba en sentido contrario cargado de trabas. 
  Le asustaba perder, y perdió. Fue capaz de soportarlo. Le aterrorizaba el anonimato. Aprendió a vivir con él. Ansiaba la popularidad. Y sobrevivió a la indiferencia. Lo que no fue capaz de superar, lo que jamás pudo soportar, lo que nuca se perdonó fue; ver enfermo y marchito el árbol que decidió plantar en su jardín.
   

viernes, 17 de mayo de 2019

En aquella casa... 5º Parte.

  


  Avanzó unos pasos por el estrecho pasillo. Aquella prominencia no parecía titubear ante lo inminente de su presencia. Un olor a óbito le asaltó la pituitaria amarilla. Es entonces cuando recordó las palabras de su mentor D. Liceo Gisbert;

  - Si escapas a tu instinto, nunca sabrás quien eres.

  Aquella frase retumbaba en su cabeza, haciéndole recordar cuanto de verdad había en ella. No era el momento de recular como tantas veces antes lo había hecho. El miedo al fracaso se cruzó de nuevo en su camino. Dudó. 
  Era su última diligencia y el temor a que le ocurriera lo mismo que en la noche de su debut lo atenazó hasta tal punto que una sensación de ahogo acabó con el desayuno hecho papilla por el suelo. Nunca antes durante su dilatada carrera volvió a percibir esa sensación. Algo le decía qué aquello tenía que ver con el pasado. Algo en todo esto le resulta familiar.
   Este chascarrillo le acompañó toda la vida. Durante demasiado tiempo tuvo que aguantar las burlas de sus compañeros de profesión que vieron en él a un espabilado con ínfulas de extraordinaria aspiración. Nada más lejos de la realidad. Esa vanidad pretenciosa que algunos querían ver en él, no era otra cosa más que una luz que brillaba como pocas. 
  Guti era de esas personas que nada más aparecer eclipsaba a todos los allí presentes concentrando todas las atenciones con su perspicacia y facilidad de palabra. Él no se sabía diferente. No se veía distinto al resto. No se sentía peculiar. Y es ahí donde residía su particularidad. No supo reconocerse. Y es por esto que acabaría por convertirse en lo que es hoy; una vieja promesa. Malograda estrella de la medicina legal. Sometido por una galopante adicción al alcohol. Divorciado con tres hijos a los que hace años que no ve. Y con un insaciable apetito hacia el sexo opuesto. 


lunes, 13 de mayo de 2019

Yesterday was the best day of my life.


Yesterday was the best day of my life... 

I got up, took a shower and a hot cup of coffee. I took the car, put the radio on and got to work. I did my homework, came home and swallowed a succulent lunch. 

16:29 PM. 

I rested for a while, went out for a snack and did some shopping. I came home after dark. I lit the stove and then a light dinner. Some TV, some reading and bed. Why the best day of my life? 

Well, I don’t know. We’ll have to ask those who can’t do it.