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viernes, 12 de octubre de 2012

Hombre libre



A diez kilómetros de Tômbwa, una antigua iglesia preside un mar de acantilados, el viento es el único que abre y cierra sus ventanas y puertas, el único que entona cánticos y rezos olvidados, hubo bodas para festejar que seguían vivos, bautizos para dar la bienvenida al mundo, funerales de cuerpos presentes y desvencijados, sermones que intentaban explicar lo que nunca se preguntaron; y hubo una guerra. Después de todo, vino la guerra, y ya no hubo más cánticos, sólo susurros, sólo sombras, sólo chirriar de puertas, y sólo quedó una cruz. La del hombre.

Guerrero

3 comentarios:

  1. Bello, bello, bello... El rastro de la guerra deja a su paso un entorno evocador. Hay belleza en la tragedia. ¡Pues sí! Pero quien quiere la confrontación... La quiere quien la busca, o quien la usa para favorecer sus caprichos megalómanos ¿Qué pasa en Africa? ¡Acostumbrados a qué sea así, ya hace tiempo que no me pregunto qué pasa para qué siempre sea así!

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  2. Gracias Jesús. Fue una de esas postales impactantes, por casualidad estaba yo allí, y bien se merece un relato. Me alegro de que te haya gustado. Abrazos

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    1. Bueno, aquí tienes el principio de tu novela para el 1 de Junio. ¡Recuerda, 1 de Junio! Tira de la madeja y no sueltes el hilo...

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