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El siguiente relato es en recuerdo,
homenaje y reconocimiento a mi querido amigo Edgar List que se adelantó en el
viaje a la eternidad.
EL AEROPOETA
Ay mis pelos
Cual pistilos
Ay los tilos
De mis pelos
(Poema estridentista)
CAPITULO I
Vagaba sin rumbo ni dirección por
las calles de París ¿Qué mas podía hacer?. Era verano y el calor me había
permitido pernoctar en bancas o entradas a edificios. La comida no era problema
en una ciudad de primer mundo, bastaba acercarse a los contenedores de basura de
los supermercados para encontrar buenos productos y subsistir. Pero eso no era
lo que había pensado para mi vida. Y ahora, ahí estaba en medio de la Ciudad
Luz, como un inminente indigente. Me
aterraba la idea de terminar mi vida como un “clochard”. Y no sólo por la
precaria situación por la que pasaba, sino por la perspectiva de vivir
andrajoso toda la vida, me parecía la derrota del ser humano en su más baja
manifestación. Era cierto que había escuchado historias acerca de los
“clochards”, algunas de las cuales eran impactantes, como la de aquel infeliz
que murió en un rincón de las calles y que dentro de sus pertenencia se
descubrió su libreta bancaria, en la cual tenía suficiente dinero para vivir
dignamente, pero prefirió la compañía de la escoria de la sociedad para
compartir su vida y su vino. Pero, yo no quería compañía, al menos ese tipo de
compañía. Yo quería otro tipo de compañía, la compañía de mujeres hermosas, de
intelectuales, de artistas. Esa era la compañía que deseaba, esa era la compañía
que necesitaba. ¿Sin embargo, qué hacer en una ciudad que no es la tuya?, en
donde no conoces a nadie, ni a nadie le importas. Cualquiera diría pues ve a la
embajada. Empero, la embajada solo es otra oficina de gobierno, llena de
burócratas, que lo único que les importa es cumplir su jornada y salir del
trabajo. La calidez o solidaridad humana no esta dentro del directorio de
funciones de los diplomáticos.
No llevaba mucho tiempo en la
ciudad, poco menos de tres meses, pero tiempo suficiente para haberme acabado
el poco dinero que llevaba, quería ser escritor, quería escribir. Mis amigos me
decían: “es que eres un libro, deberías escribir”. El haber leído “La luna y
seis peniques”, o a Henri Miller y descubierto que su obra la inicio en París o
La Tía Tula y El Escribidor, en donde Vargas Llosa relata como se fue a
escribir a Paris en una buhardilla, me creo la peregrina idea de que sí quería
ser escritor tenía que irme a vivir a París, como si la inspiración o
facultades para escribir brotaran exclusivamente en determinados lugares. Pero
mi inocencia o candidez, me habían costado mi irrisorio patrimonio y ahora mi
cordura. En ello pensaba cuando caminaba frente a Notre Dame, rumbo a la
explanada del “Georges Pompidou”, pasé frente al Hotel de Ville y me acordé de
la famosa fotografía de Robert Doisneau “El beso”, cuanta belleza, añorado y
lejano tiempo -pensé-. Seguí mi camino hasta “Beaubourg”, como coloquialmente se le
conoce al Gerorges Pompidu. Ahí pasé la tarde escuchando música árabe,
clásica y disfrutando a los mimos. Cuando me dio hambre, simplemente busqué un
supermercado y me acerque a los contendores de basura. Aun con la vergüenza de
escudriñar mi comida en la basura, comencé a removerla. Eso si, antes de
comenzar mi búsqueda, atisbe avergonzado a mi alrededor para constatar si
alguien me veía. En efecto, sin ser una hora muy concurrida, algunas personas
transitaban por el lugar. Sin embargo, como en las grandes ciudades, hay
individuos que se vuelven invisibles a los ojos de los “ciudadanos” y yo me
había convertido en uno de estos seres. Tuve suerte, encontré sándwiches
caducados y unos pastelillos que aun no alcanzaban a ranciarse. Cené, me fui a
vagar por “Les Halles” y entrada la noche fui a la “Gare du Nord”, al casillero
en el que guardaba mi mochila y mi saco de dormir. Busqué un lugar donde pasar
la noche y me dormí. En la mañana regresé a “mi casillero”, guarde mi chamarra
y saco de dormir, saque mis productos de aseo y camine a los “toilettes” a
darme “un baño” en los lavabos. Regresé mis enseres de aseo a mi casillero para
partir en busca de mi desayuno. No me gustaba mucho el costo del casillero,
pero bien valían la pena los francos que costaba.
Durante años viví con la idea de que
el hambre y las malas condiciones hacen al artista o son un medio idóneo para
escribir, no obstante, en mi caso no sucedía así. En cuanto amanecía tenia que
ir a dejar mis cosas a la “Gare”, buscar que comer y comenzar a vagar, en
ningún momento se me ocurría escribir y si encontraba un lugar en donde abrir mi
libreta y comenzar a hacerlo, las ideas no me venían o lo que escribía me
parecía bazofia. Y siempre amenazante delante de mi el fantasma de tener que
regresarme a casa.
Al
cabo de quince días en que mi situación sólo empeoraba pues el poco dinero que llevaba
se estaba acabando y no lograba escribir nada, decidí retornar a mi país. Pero,
antes de ello, me propuse visitar algunas partes de la ciudad, desde luego mi trasporte eran mis
piernas, y me puse a deambular por las calles. En mi errático caminar llegué a
los jardines de Luxemburgo, qué hermosos eran en esa época del año, caminé
hacía la fuente y acerqué una silla de metal. La idea que hubiera sillas en los
parques me extrañaba un poco, pues no estaba acostumbrado a ello. Pero, al
final de cuentas, estaba en un país primer-mundista. Me senté frente a la
fuente y estiré mis piernas hasta su contorno. Contemplé el agua, a las gentes
que paseaban y a los turistas que tomaban fotos.
-Que
suerte tiene esta gente -pensé– tienen que comer y de seguro en donde pasar la
noche -al mismo tiempo medité:- “Pero de qué me preocupo, en unos días regreso
a México. Ahora, lo único que tengo que hacer es disfrutar París”…..Sin
embargo, una profunda angustia comenzó a invadir mis pensamientos. “¿Y entonces
a que vine aquí? ¿no se supone que soy escritor y que en esta ciudad voy a
escribir? ¿Y cómo voy a regresar sin haber escrito nada? ¿Qué les voy a decir a
mis amigos?
Desanimado, me levanté de la silla y
comencé a caminar, salí de los jardines y anduve por San Michel rumbo al Sena;
a diferencia de la mayoría de los transeúntes, el ritmo de mis pasos era lento.
No tenía prisa de llegar a ningún lugar, en donde me cansara ahí me detendría,
y me sentaría. Mi dignidad se estaba relajando conforme crecía mi necesidad. Aun
no me atrevía a pedir unas monedas pero, si continuaba en París, sabía que lo
haría. Aunque en el corto tiempo que llevaba viviendo en la ciudad me había
dado cuenta que la gente no acostumbraba dar dinero. Los indigentes se
apostaban en la calle y pedían y pedían y en sus gorras o recipientes había
escasas monedas. Los que recolectaban más dinero eran los artistas o músicos.
Empero yo no pertenecía a estos últimos. Seguí mi camino, al llegar a la rue
Saint Sèverin tomé a mi derecha y comencé a caminar por ella, para adentrarme
en el Barrio Latino. Durante mucho tiempo oí hablar de este barrio como un
lugar de reunión de poetas y artistas, por lo mismo fue de los primeros lugares
que visité a mi llegada, pero lo único que encontré fueron restaurantes, tiendas
de comida, uno que otro local de souvenirs e infinidad de turistas. Por el lado
bohemio me decepcionó, sin embargo por el lado espectáculo me encantó, la
variedad de personas y artistas callejeros que mostraban su espectáculo en la
vía pública eran dignos de atención. Caminé viendo los locales, a las personas,
los africanos vendiendo sus mercancías y al llegar a la esquina con la rue de
la Harpe vi a un tipo entregando unas hojas de papel mas grandes de lo normal.
Deduje que eran menús de algún restaurante. Sin tener nada que hacer y con
cierta curiosidad, enfilé a ver el contenido de las hojas. Curiosamente, casi
todas las personas que recibían la oferta del documento lo tomaban, lo cual no
era usual. Conforme me acercaba observe al “cuate”, y vi que no estaba mal
vestido, sin ser elegante se veía pulcro. Cuando estuve a unos pasos de él,
escuché que hablaba en francés con unas personas y les explicaba algo respecto
a sus hojas. En mi escaso conocimiento del idioma, puede escuchar algo como
“poet” y “poesía”. Discretamente, me acerqué un poco más para leer lo que
estaba escrito. Al parecer eran poemas escritos en francés y español.
¿Quién
es este tipo? -me pregunté- Voy a esperar a que termine de hablar para platicar
con él, a ver que me dice.
La espera se alargó, ya que la
pareja con quien hablaba se mostró interesada en lo que decía. A pesar de que
no tenia nada que hacer, comencé a desesperarme y plantearme continuar mi
andar, y justo cuando di el primer paso se dirigió a mi.
-Attendez,
une minute.
No me dio tiempo a contestarle, pues
siguió comentando con la pareja, no se que cosas. Sin embargo, ahí me quedé
esperando a que terminara, por fin se despidieron efusivamente con un apretón
de manos y sonrisas en sus rostros. En seguida se dirigió a mi.
-Ça
va?
-¿Tu
parle espagnol? –le pregunté-
-Si.
-Yo
también –comenté alegre- ¿De donde eres?
-Del
mundo.
Comprendiendo lo irónico o vago de
la respuesta y haciéndoseme familiar su acento, volví a preguntarle.
-Pero.
¿en qué parte del mundo naciste?
-En
México.
-Yo
también-dije entusiasmado- ¿Y qué haces por acá?
-Soy
poeta y escribo poesía. Te voy a regalar unos poemas que he escrito.
Y en seguida me extendió una de las
hojas que repartía. Por curiosidad y cortesía leí algunas líneas de sus poemas,
las cuales me parecieron bastante extrañas. Eran poemas mundanos, raros. Yo no
conocía mucho del género, pero lo que leí lo considere estrambótico. Claro no
se lo iba a decir. En cambio, le comenté:
-Qué
interesante. ¿Cuándo comenzaste a escribir poesía?
-Ya
tiene muchos años.
-¿Y
vives aquí?
-Si.
-¿Desde
cuándo?
-Llevó
mas de un año.
Dos cosas comenzaron a intrigarme:
de que vivía y en donde vivía. El saber esto, podría ayudarme a subsistir. Sin
embargo, no me atrevía a preguntárselo. Él en cambio era elocuente en cuanto a
su poesía y deseos de que la misma fuera conocida. Al cabo de veinte minutos de
explicación, estaba como al principio, sin entender nada. Durante este tiempo,
de vez en vez, entregaba una hoja a las personas que iban pasando.
-¿Y
tú qué haces? –me cuestionó-
La pregunta me tomó por sorpresa y
dudé en qué responderle. Ya que, si le decía que era escritor me iba a
preguntar sobre lo que escribía y no tenía nada. Tampoco le podía decir que era
turista y mucho menos que vivía en las calles, pues me daba vergüenza, sólo
atiné a comentarle:
-Estoy
de visita, viendo la posibilidad de quedarme para escribir un libro.
-Ummm,
que interesante y sobre qué es tu libro.
-Aun
no lo se. Tengo varias ideas –en realidad no tenía ninguna- pero no me decido
por alguna todavía.
-A
veces a mi me pasa lo mismo con la poesía, pero cuando comienzo a escribir
fluye como un río. Anímate, lo mejor que puedes hacer es comenzar.
-Si
pero ya sabes, “la hoja en blanco” es a veces infranqueable –comenté tratando
de disculpar mi inactividad-
-Es
que no la debes de ver como un obstáculo. Tienes que verla como una invitación,
si eres tibio de carácter, o como un reto, si tu carácter es fuerte.
Tragué saliva, pues caí en la cuenta
de que el arrojo no era parte de mi personalidad, que no solamente estaba
bloqueado en cuanto a la “inspiración”, sino que tenia un temor insondable a
escribir. Él continuó hablando.
-Seduce
o conquista a la “hoja en blanco”, atrápala, envuélvela, comienza con sutileza
o fuerza a poseerla, mírala como a una mujer que te atrae y a la que le gustas.
Comienza a cortejarla, miéntele, engáñala, a ellas les gusta, ve
introduciéndote poco a poco, sin prisa o con arrebato, según tus alcances y su
temperamento
A estas alturas de la conversación,
no sabia si estábamos hablando de literatura o de mujeres, la vehemencia con
que pronunciaba cada palabra me hacía dudar aún más sobre qué tema hablaba y
continué escuchando.
-Sé
sincero, honesto, dile lo que sientes, cómo lo sientes y por qué lo sientes, no
escatimes palabras, ni tiempo y cuando llegues al clímax, vacía, expulsa e
inúndala con todo lo que tienes dentro de ti, y verás que “las hojas en blanco”
se convertirán en tus confidentes, en tus amigas, pero sobre todo en tus
amantes.
Sólo pude decir tímidamente.
-Si.
Creo que tienes razón. Voy a tratar de seguir tu consejo. –ávido de tener mas
orientación, le pregunté- ¿Vives por aquí?
-Si.
Aquí cerca, frente a los jardines de Luxemburgo.
Al escuchar la ubicación de su
domicilio, imaginé que era una persona con posibilidades económicas y eso me
amilanó un poco, pues me sentí inferior a él, sin embargo le comenté:
-Me
gustaría volver a saludarte, ¿cómo podría contactarte?
-Te
doy mi dirección y si quieres nos vemos mañana.
-Sólo
una pregunta: ¿En donde acostumbras escribir tus poemas y a que hora?
-En
cualquier lugar, sin importar la hora.
-¿Por
cierto, cómo te llamas? Yo me llamo Erik. –dije esto extendiendo mi mano-
-Solo
dime Aeropoeta –y apretó fuertemente mi mano-
CAPITULO II
Después de que me proporcionó su
dirección se dio la media vuelta y continuó con su labor. Un poco sorprendido y
con un sentimiento de alegría y a la vez desconcierto continué mi camino. Como
aún no había visto lo de mi boleto de avión, pensé que podía permanecer algunos
días mas en París y aprender algo del Aeropoeta, y quizás poder comenzar a
escribir. Decidí vagar por entre las calles, sin rumbo fijo. Me gustaba salirme
de las rutas habituales o turísticas, no porque viera cosas extraordinarias,
sino por que así me sentía parte de la ciudad. Sabía que esas vivencias siempre
me acompañarían, que formarían parte de mi vida. Caminé durante horas, cuando
vi que ya iban a dar las once, enfilé hacia “mi estante” por los enceres para
dormir, en el trayecto aproveché para “cenar”. Las noches en el verano son
cálidas y cuando te acostumbras a dormir en el suelo no la pasas mal. Al día
siguiente, como de costumbre “me bañe”, “desayuné” y comencé a pasear por la
ciudad. Cerca del medio día me acerqué a la Place Edmon Rostand, frente a los
jardines de Luxemburgo, busqué el número 6 y toque el timbre del portero, la
puerta se abrió y entré. Según me había dicho el “Aerepoeta”, vivía en el
último piso, me subí a un diminuto y simpático elevador y oprimí el botón del
quinto piso, al salir del ascensor busqué su departamento, pero ninguno
correspondía a las señas que me había dado. Tímidamente toqué en uno de ellos
para preguntar por el “Aeropoeta”. Eso, desde luego, me creaba un pequeño
problema ya que, al no saber su nombre me podrían tomar por un tonto o un “chiflado”
si preguntaba por el “Aeropoeta”. Al cabo de unos instantes que no obtuve
respuesta, toqué en los otros departamentos con el mismo resultado. Un poco
desanimado por no encontrar al poeta, me recriminé no haber anotado en mi
cuaderno la dirección exacta. Me quedé parado en la entrada de los
departamentos meditando qué hacer, cuando por un costado del elevador descendió
una persona, entonces caí en la cuenta de que había un piso mas, al que no
llegaba el ascensor. Subí por las escaleras y me encontré con las “chambres de
bonne”, entonces toqué en la que considere que era la de mi compatriota. Y ahí
estaba.
-¿Qué
tal, cómo estas? –me dijo-
-Bien.
Como quedamos aquí estoy.
-Pasa.
Entré a una amplia habitación en la
que tenía su cama, una pequeña mesa, un ropero, una mesa con una pequeña estufa
y varios enceres de cocina, así como alimentos. En un rincón tenía un
mini-refrigerador, empotrada en una pared una chimenea y lo mejor de todo un
pequeño balcón con vista a los jardines de Luxemburgo. Ese recinto era la
buhardilla soñada para cualquier escritor.
-Qué
bonito está tu departamento.
-Gracias.
-¿Aquí
escribes?
-Algunas
veces
-¿Y
cómo lo conseguiste?
-Tengo
un amigo de la infancia que trabaja en la embajada de México y él fue quien me
lo consiguió.
Todo lo que veía en el poeta era
deslumbrante, vivía en París, en su propio “departamento”, escribía poesía y la
daba a conocer en el Barrio Latino, cómo me hubiera gustado estar en sus
zapatos.
-¿Cuándo
comenzaste a escribir poesía? –pregunté-
-Desde
los doce años.
-Eras
un niño, ¿y cómo fue que se te dieron los primeros versos?
-Bueno.
La culpa la tiene mi padre.
-¿Por
qué?
-¿Has
oído hablar del estridentismo?
-Si,
mi papá me recitaba un pequeño verso cuando era niño.
-Pues,
mi padre es uno de los creadores de ese movimiento.
-Ummm,
que bien.
-Con
él o por él di mis primeros pasos dentro de la poesía. Él ha sido mi modelo a
seguir. Déjame decirte que el es premio Lenin en literatura.
-Nunca
lo había escuchado.
-Este
premio es el equivalente al Premio Nobel, pero en el mundo comunista.
-¿Tu
papá es comunista?
-Si.
Pertenece al Partido Comunista de México. Por cierto, dentro de sus anécdotas,
tiene una muy significativa: Allá por finales de los años veintes asistió en
Sudamérica a una convención de los partidos socialistas. En esa reunión le
entregaron una bandera de los Estados Unidos, que Sandino había tomado en una
victoria contra los gringos, con la consigna de presentarla en la reunión anual
de la Internacional Obrera y Socialista que se iba a llevar a cabo en Bruselas.
El problema era que para llegar a Europa había que salir de Estados Unidos, y
si las autoridades le encontraban la bandera iba a tener serios problemas. Al
llegar a la frontera de México con Estados Unidos se desnudó y se enrolló la
bandera en el cuerpo e inmediatamente se puso la camisa y pantalones, y así
viajó por todo el país hasta que se embarcó y salió del territorio
estadunidense. Entonces, se quitó la bandera y la guardó. En la reunión de la
Internacional Socialista fue presentado con honores como el portador de la
bandera yanqui que Cesar Sandino había capturado al vencer a los gringos en una
batalla.
-¡Que
increíble¡ definitivamente, este “cuate” es todo un personaje –pensé-
-Si,
es toda una personalidad, con carácter, humor y valor.
-¿Entonces,
con él te iniciaste en la poesía?
-De
alguna manera. Te voy a enseñar algo de lo que últimamente he escrito.
Nuevamente me mostró sus poemas y,
al igual que la vez pasada, no lograba encontrar el enfoque poético de los
mismos. Pero, a diferencia de la vez anterior, percibí la intensidad que
reflejaba en los mismos el “Aeropoeta”. Sabía que de tradicional u ortodoxa no
tenía nada su poesía, por ello quise suponer que me encontraba frente a una
obra vanguardista que en un futuro sería reconocida. Después de la lectura de
algunos poemas, me preguntó:
-¿Ya
tienes un tema para tu libro?
-Como
te comenté, tengo en mi mente varios temas, pero aun no me decido por alguno.
–mentí-
-¿Cuál
de ellos, es el que más te gustaría?
En realidad, ninguno de los que
había sopesado alguna vez me interesaban mayormente. Sin embargo, para salir
del paso, le respondí:
-Creo
que una novela autobiográfica.
-Mira
–me dijo con un tono de voz paternal- yo soy enemigo de criticar o censurar un
tema, no obstante, una vez leí a un escritor que recomendaba nunca comenzar el
oficio de escritor con una autobiografía, bajo el supuesto de que si escribía
su autobiografía luego no tendría que escribir.
Al terminar su comentario me sentí
ridículo, fuera de lugar. Me di cuenta que no conocía ni los principios mas
rudimentarios del oficio de escritor. Me percaté que no sólo estaba limitado en
cuanto a mi creatividad, sino a mis elementales bases para escribir. Sin
poderme contener, y con un profundo sentimiento de frustración, comenté con voz
apagada:
-Tienes
razón. Veo que me falta mucho para poder crear algo. Tal vez, el venir a París
con el sueño de escribir haya servido para poder despertar.
Vi que su rostro mostró sorpresa y
desconcierto.
-Probablemente
regrese a México sin haber escrito nada –continué- y allá, tampoco escriba nada
o tal vez escriba un libro. No lo se.
-Todo
es que te decidas –comentó-
Entonces ya no resistí y le relaté
mi situación. El permaneció impávido y cuando terminé, me dijo:
-Mira,
se que estas decidido a regresar, pero el arte, como cualquier amor, requiere
entrega y a veces sacrificio. Debes de tener paciencia contigo y entregar no
solo tu cuerpo, sino tu alma a tu creación. Por lo que me cuentas, aun no has
reservado tu boleto de avión. Quédate unos días conmigo e intenta escribir, si
lo logras habrás avanzado, si no, disfrutarás unos días más París.
CAPITULO III
Aliviado, acepté su invitación y ese
mismo día me mudé de la “Gare du Nord” al “piso” del Aeropoeta. La convivencia
resultó ligera, pues la mayor parte del tiempo mi anfitrión la pasaba en la
calle, se podía decir que sólo llegaba a “dormir”, ya que arribaba a altas
horas de la noche y se ponía a escribir. Se levantaba temprano y se salía. En
alguna ocasión que lo acompañé se detuvo en un café, pidió un exprés doble y
“desayunó”. Y aunque él rara vez tomaba algo en su departamento, siempre hubo
en el refrigeradorcito leche, huevos, queso y a veces algo de jamón. Me imagino
que eso era por mi. Desde luego que procuraba ser medido en cuanto a lo que
comía, pues no me atrevía a saciar mi hambre, acabándome todo y dejando sin
comida a mi hospedador. Por ello, seguí yendo a los contenedores de los
supermercados y obteniendo pan, frutas y algo de verduras para complementar mi
dieta. Aunque, debo de decir que en todo el tiempo que viví con el poeta rara
fue la vez que comió algo. Por mi parte, trataba de aprovechar el tiempo y el
lugar para escribir; sin embargo, lo poco que escribía no me convencía. A pesar
de ello, al mostrárselo a mi anfitrión, éste normalmente me decía:
-No
está mal, pero creo que lo puedes mejorar un poco.
Y en seguida me daba su opinión al
respecto, haciéndome notar en dónde consideraba que podía mejorar. Sin embargo,
no lograba alcanzar el nivel que mi amigo esperaba de mi. Al comenzar a
escribir cada día me auto motivaba para escribir algo con calidad, pero
terminaba por desanimarme y salirme a caminar.
Un viernes por la tarde me invitó a
acompañarlo:
-Te
invito a una fiesta que da una amiga en la “banlieue”.
-Gracias.
¿Qué es la banlieue”
-Las
afueras o alrededores de París.
-Ya
aprendí algo nuevo. Y a qué hora nos vamos.
-Ya.
Toma tus cosas y vámonos.
Tomé una chamarra ligera para el
regreso y nos fuimos al Metro. Mientras mi amigo, utilizaba su “carte orange”,
para pasar, yo simplemente me saltaba los todos los torniquetes, pues a veces
para transbordar a otra línea, había que pasar por estos o bien para viajar en
la RER (los trenes suburbanos) tenía que hacer lo mismo. Aunque, por cortesía,
mi amigo no permitía que el torniquete diera todo el giro y lo regresaba tras
su paso, para que yo transitara por el, sin llamar la atención. Al fin llegamos
al tren de la RER y como iba un poco lleno nos sentamos en asientos separados.
Me percaté que a su lado derecho estaba sentada una francesa guapa. El trayecto
duró cerca de cuarenta minutos y en la estación que nos bajamos descendió mucha
gente, entre ella la vecina de asiento de mi anfitrión. Curiosamente, esta le
dirigió una coqueta mirada a mi amigo al cruzar su mirada en el anden, por lo
cual comenté:
-Ya
viste, que mirada te lanzó.
-Si
todo el tiempo que estuve a su lado le fui acariciando las piernas.
Sorprendido le dije:
-Pues
entonces esa mirada era una invitación.
-Probablemente,
pero ahora no tengo tiempo para ella, recuerda que vamos a una reunión con una
amiga.
-Es
cierto.
Descendimos por unas calles, que de
inmediato se diferenciaban a las de París, inclusive por su transito y
bullicio. Caminamos hasta un edificio y el Aeropoeta tocó el timbre, nos
abrieron la puerta, ascendimos al segundo piso y entramos a un departamento de
lado derecho de la escalera. De inmediato apareció una francesa delgada y
risueña, que se le prendió a mi amigo y le dio un largo y apasionado beso. Me
di cuenta de que el termino amiga era un eufemismo. En el lugar había unas
cinco o seis personas, todas ellas francesas. No recuerdo el motivo de la
reunión, pero sí que había bastante comida y vino. De fondo estaba puesta una
rítmica música que no alcance a clasificar. De vez en cuando con mi escaso francés
me comunicaba con alguno de los invitados. Comí y bebí hasta saciarme, pues
desde mi llegada a Francia, nunca había tenido una oportunidad como esta de
comer sin preocupación. Al final, descorcharon botellas de champagne y
brindamos. La reunión terminó cerca de las once de la noche, todos se
despidieron y sólo quedamos el poeta y yo.
-Eric
–me dijo- me voy a quedar aquí a dormir. Si quieres te puedes quedar en el
sofá.
Sabía que todavía alcanzaba a
regresar al departamento, así que le respondí:
-Prefiero
irme al piso.
-Como
quieras, nos vemos después.
Me despedí de su amiga, quien me
dedicó una amable sonrisa y me fui al departamento. Como bebí mas de la cuenta
me sentía eufórico y feliz. Era la primera vez que me sentía libre y contento
en París, disfruté mi regreso como nunca antes había gozado el Metro y las
calles de la ciudad. Llegué al departamento y me tumbé en la cama de mi
anfitrión, sabía que difícilmente llegaría ese día. Para ser exacto, llegó tres
días después. Durante esos días traté de escribir el inicio de una novela, sin
embargo, al intentarlo cinco veces y no llegar a nada aceptable desistí. El
martes por la mañana, llegó mi anfitrión:
-¿Ça
va?
-Ça
va –le respondí, cuando entró al piso- ¿Cómo te fue?
-Bien.
Sólo vengo a cambiarme, pues tengo una clase en la universidad. ¿Quieres venir?
-Si,
claro. ¿Es la Sorbona? –dije, pensando que se encontraba cerca-
-No
es la de Vincennes y queda un poco retirada.
-Bueno.
Pues vamos.
Caminamos hasta la estación del
Metro Cluni, ahí lo tomamos con dirección Boulogne Jean Jearès, trasbordamos en
la estación Duroc, con dirección San Denis Basilique, poco antes de abordar el
vagón del Metro, nos dimos cuenta de que había un grupo de policías verificando
los boletos del metro, como yo no llevaba el mío, pues habíamos efectuado la
misma maniobra que de costumbre, iba a retroceder, cuando mi amigo me dijo:
-No
lo hagas. Sigue caminando, como si nada. Conforme nos acercábamos a los
policías, lo cual era inevitable pues era el único sentido que se podía seguir
hacia los andenes, mi preocupación aumentaba, ya que a unos cuantos pasos pude
ver que estaban revisando la documentación a cuatro o cinco jóvenes. Esto
probablemente hizo que no nos detuvieran a nosotros, específicamente a mi. Al
fin pasamos al lado de ellos, sin que nos pidieran nuestra documentación. A los
pocos minutos llegó el Metro y me subí
aliviado. Llegamos a la última estación, salimos a la calle y me llevó
caminando algunas cuadras. La universidad no estaba tan cerca como me imaginé.
Al fin, entramos a un salón bastante grande en donde la mayoría éramos
extranjeros. Llegamos justo cuando el maestro estaba invitando a todos los
alumnos a unirse por la tarde a una manifestación de protesta en contra del
gobierno, según me iba explicando mi amigo, ya que no alcanzaba a comprender
todo lo que decía el expositor.
-¿No
vamos a ir. Verdad? –le pregunté un poco temeroso-
-Claro
que si. Es importante hacer valer nuestros derechos.
-Pero,
los derechos que defienden no son los nuestros.
-Es
igual, hay que apoyar las causas.
En verdad que, próximo a irme del
país, en nada me agradaba la idea de manifestarme en contra del gobierno,
máxime que prácticamente estaba de ilegal, pues mi visa de turista había
expirado. Y así se lo hice saber a mi amigo.
-No
te preocupes, no hay ningún problema. Nadie va a saber que eres tu.
Sin nada que rebatir, esa tarde nos
unimos a la manifestación coreando las consignas de protesta. Tiempo después,
me enteré que la universidad de Vincennes es de izquierda y se defienden las causas
sociales. Pero, eso fue posterior. Mientras tanto, ahí estaba gritando en
francés a coro con el resto de los manifestantes. Al final, agradecí al poeta
haberme invitado a la manifestación, fue toda una experiencia, la primera en mi
vida. En México, por ese entonces, era impensable que la gente se manifestara
públicamente. Así que lo que no podía, ni había pensado hacer en mi país, lo
hice en la Ciudad Luz.
De regreso decidimos caminar, a mi
anfitrión le fascinaba andar y a mi me gustaba, para hacer mas atractivo el
camino al departamento planeamos andar por los jardines “des Tuleries”, en
seguida tomar a la derecha, a un costado del “Louvre” el rio Sena, atravesar
por el “Pont Neuf” la isla de San Luis, para llegar al Buolevar San Michel y de
ahí a la casa. Ese era el plan y, justo cuando caminábamos por “des Touleries”,
mi amigo vio a una francesa caminado delante de nosotros por lo que aceleró el
paso. Cuando la alcanzamos comenzó a platicar con ella, después de atravesar
los jardines, a unos metros de los arcos del “Carrousel”, ella escribió en un
papel algunas líneas y se lo entregó. Una vez que lo recibió me presentó.
-Mon
ami Erik.
-Euridice.
Nos dimos los consabidos tres besos
en la mejilla, para mi regocijo.
-Ça
va.
-Ça
va.
Hechas
las presentaciones y saludos se despidieron a la francesa. Ella tomó rumbo a la
“rue de Rivoli” y nosotros rumbo al Sena.
-¿Quién
es? –pregunté-
-Euridice.
-¿Ya
la conocías?
-No.
Acabo de conocerla.
-¿Tan
fácil es conocer una francesa?
-A
veces si. A veces no.
-No
te entiendo muy bien.
-A
veces te aceptan y a veces te mandan muy lejos. Como todas las mujeres del
mundo. Cuando les caes bien y tienen ganas de conocerte, te siguen la plática,
cuando no, simplemente te mandan por un “tubo”. Por cierto, para el próximo viernes
nos invitó a una reunión en su casa. Va a invitar otra amiga para ti.
-Órale.
–pronuncie feliz y emocionado-
CAPITULO IV
Hasta ese momento, salvo para hacer
alguna compra o para preguntar una dirección, no había tenido mayor contacto
con los franceses, con lo cual me sentía un poco frustrado. Sin embargo, ahora
se presentaba la gran oportunidad de conocer a una francesa y a lo mejor me la
podría ligar.
Los días transcurrían lentamente, no
sólo por la espera del viernes, sino porque no lograba escribir nada. Me
percataba de que era muy limitado para la tarea que me había impuesto. El
Aeropoeta, se daba cuenta de mi desesperación y procuraba animarme.
-Mira.
Llevo muchos años escribiendo poesía y aun no he hecho, ni publicado un libro.
Ten paciencia, en su momento escribirás tu libro.
-La
diferencia es que tu ya tienes el material, sólo es cuestión de que lo escojas
y publiques tu libro. En cambio yo no tengo nada escrito y lo peor, es que no
se me ocurre nada para escribir y si comienzo a escribir algo, no me gusta.
-Te
propongo que, cuando uno de los dos escriba y, publique su libro, nos reunamos
para celebrarlo y brindar con champaña. Eso si, el que publique es el que pone
la champaña.
Sabía que lo hacia para motivarme y
tenía la certeza de que el lo lograría y que alguna vez les iba a decir a mis
amigos: “Ven este famoso poeta, pues viví en su casa en París, me dio cobijo
cuando mas lo necesité, es una excelente persona”. Le extendí mi mano
efusivamente y en el momento que el me la estrecho, le dije:
-Hecho.
Es un trato entre caballeros.
El viernes, llegamos a casa de
Eurídice quien nos presentó a Sylvie, otra veinteañera, un poco llenita, sin
llegar a ser gordita, a diferencia de Eurídice, que era de complexión delgada.
Ninguna de las dos, sin ser una belleza, eran atractivas y simpáticas. De
inmediato se establecieron las parejas. Antes de sentarnos a la mesa a cenar
abrieron una botella de vino tinto y comenzamos a beber. Sylvie y yo poco
conversábamos, pues ella no hablaba nada de español y yo lo elemental de
francés. No obstante se comportaba muy amable. Por el contrario, mi amigo las
tenía embobadas con su plática sobre su poesía. Al final de la comida nuestra
anfitriona sacó una tabla de quesos y todos comimos de ellos. Hasta ese momento
no había probado el queso camambert, del cual había escuchado muchos
comentarios, así que estando delante de mí me aventuré. Sin embargo, me supo
horrible. Desde luego que no hice ninguna manifestación externa al respecto.
Sólo tomé mi copa de vino, le di un sorbo y me lo trague. Terminada la cena,
Eurídice puso música suave y comenzamos a bailar las dos parejas. Yo nunca fui
bueno para el baile, así que torpemente lo intentaba con mi compañera. Ella
comprensiva y paciente se dejaba llevar por mis robóticos movimientos. En
cambio, mi amigo y su compañera se acoplaron de inmediato. La cena, el vino, la
música y el departamento a media luz, hacían de ese momento un espacio
romántico, en la segunda pieza, de reojo, vi que nuestros anfitriones estaban
besándose voluptuosamente, en la tercera melodía lo hacían apasionadamente y,
en la cuarta, sólo estábamos en la sala mi acompañante y yo, pues la otra
pareja ya se había ido a la recamara de ella. Bailé un poco más con mi pareja,
pero al final terminamos sentados en el sofá, sin poder comunicarnos. Traté de
acercarme a ella para ir un poco más allá, pero no fue muy cooperante con mi
iniciativa y como no podíamos comunicarnos, terminamos viendo de un lado a
otro, en espera de nuestros amigos. Cómo detesté el no poder hablar un poco de
francés, tal vez hubiera logrado “algo”.
Pasadas un par de horas, Eurídice
salió de su recamara para decirnos que podíamos pasar la noche en su casa, pues
mi amigo y ella iban a pasar la noche juntos, a Sylvie la instaló en otra
recamara y a mí en el sofá de la sala. Con las copas de vino que llevaba encima
no me costó ningún trabajo dormirme, como “tronco”. A la mañana siguiente, como
a las diez me fueron a despertar, los demás ya llevaban buen rato despiertos.
Todos estaban contentos y sonrientes, sobre todo los que pasaron la noche
juntos. Me desperté somnoliento y “medio crudo”. Pero al cabo de un rato ya
estaba integrado con los tres. Sylvie se encontraba sonriente y participativa.
Después del “petit dejuner” nos despedimos y nos fuimos al departamento.
En el mes que viví con mi amigo pude
ver como ligaba constantemente en la calle a las francesas y como sin
dificultada alguna las seducía y terminaba en la cama con ellas. Mentiría si
dijera que no traté de emularlo, pero los dos o tres intentos que lleve a cabo
quedaron en un despectivo y tajante:
-Laissez-moi
tranquille
El Aeropoeta, durante todo ese
tiempo, continuó alentándome y dándome consejos para escribir. Los cuales
procuraba poner en práctica, sin resultado alguno. Llevaba más de cuatro meses
en París, me había quedado sin dinero y lo peor de todo, no había escrito nada.
Durante tres días, me dediqué a vagar por las calles de la ciudad, meditando en
mi realidad, la cual me pesaba como loza de concreto. Me sentía frustrado, acabado.
Sabía que mi estancia en Francia había llegado a su fin. Que sin recursos no
podía, ni debía, ser una carga para mi anfitrión y que, al final de cuentas,
sólo era cuestión de tiempo que terminara nuevamente en la calle. Y lo peor de
todo, no tenía ninguna dote de escritor. Por ello, decidí regresarme a México.
Fui a Pan-am y saqué mi boleto para seis días después, un sábado. No me sentí
muy bien al hacer esto, pero sabía que no tenía alternativa. Caminé de regreso
al departamento a esperar a mi amigo para comentarle mi decisión. Como de
costumbre, llegó al anochecer.
-¿Ça
va?. Meisseur poet –lo saludé-
-Ça
va, meuseur Erik.
-¿Cómo
te fue?
-Bien,
y a ti.
Lancé un suspiro
-El
próximo sábado me regreso a México.
-¿Por
qué?
-No
tengo dinero para continuar en París y no me gusta ser una carga, por otra
parte a lo que vine fue a escribir y no tengo habilidades para ello. Por eso me
regreso.
-De
lo primero, es de lo que menos te debes de preocupar. Te puedes quedar conmigo
todo el tiempo que quieras. De lo segundo sólo es cuestión de tiempo y
paciencia. No te abrumes por no poder escribir. Tu no te has dado cuenta, pero
tienes un gran potencial y algún día lo plasmaras en tus libros. Te puedo decir
que eres un libro andante. Date un tiempo, deja que pase toda esa frustración
que tienes ahora y cuando haya pasado, escribe sin cortapisas, con todo tu sentir.
Mientras me decía esto, dentro de mi
se revolvían mis sentimientos, tenía gratitud por sus palabras, hospitalidad y
consejos y, al mismo tiempo, frustración por no haber podido escribir nada.
Pensaba que sus palabras de aliento, eran más por simpatía que por que, en
realidad, viera en mi potencial alguno. Pero ahí estábamos dos camaradas
artistas, uno luchador y vencedor y otro impotente. Para salir del paso comenté:
-Te
agradezco tu ofrecimiento, pero la decisión ya esta tomada. Voy a procurar
seguir tus consejos y a continuar intentándolo.
Sabedor de la diaria rutina de mi
amigo, agregué:
-Durante
los siguientes días voy a andar por las calles de la ciudad a manera de
despedida, pero por aquí nos veremos en la noche.
-Desde
luego.
Como lo comentamos, así sucedió,
durante el día paseaba por París, un cuanto melancólico y otro tanto como
turista. Los días se fueron rápido, el viernes por la noche mi amigo me invitó
a cenar a un restaurante en el “Barrio Latino”, pidió una fondue y una botella
de vino. Platicamos de muchas cosas, pero lo que recuerdo perfectamente es que
refrendamos nuestro pacto de brindar con champaña cuando publicáramos nuestro
primer libro. A media noche regresamos al departamento caminando por San
Michel, la noche era agradable. En la mañana, a primera hora, le comenté:
-Creo
que difícilmente regresaré a París, pero me gustaría verte cuando tu vayas a
México. ¿Cómo te puedo localizar?
Me
extendió una pequeña hoja de papel y me dijo:
-Es
el teléfono de mi hermana, a través de ella podemos estar en contacto.
Nos despedimos con un fuerte abrazo
y la promesa de seguir en contacto.
No tuve problemas para llegar al
aeropuerto, documente mi mochila y abordé el avión. Ya en mi asiento comencé a
ver la situación desde un punto de vista bilateral, por una parte había hecho
el intento de escribir y por la otra había vivido en París, la Ciudad Luz. El
balance era positivo.
CAPITULO V
Regresé a México con la esperanza de
algún día poder escribir mi libro, sin embargo poco tiempo tuve para ello. En
cuanto llegué tuve que trabajar de inmediato para poder vivir, en esa lucha
estaba cuando conocí a Lulú, una atractiva chica y como la soledad era dura, a
los seis meses nos casamos y nueve meses después nació nuestro primer hijo, y
al año, nuestro segundo hijo. Durante años el sueño de escribir fue eso, un
simple sueño. Nunca mas lo intente. En ocasiones me acordaba de mis andanzas en
París y las penurias por las que pasé y de la hospitalidad de mi amigo. A veces
entraba en las librerías para preguntar por algún libro de mi amigo, pero la
respuesta siempre era la misma, no había nada de ese autor. Los años pasaron,
me divorcié de Lourdes y ella se encargó de distanciar a mis hijos de mí,
comencé una vida solitaria y errática, en la que tuve algunas relaciones
sentimentales y todo lo relacionado con París y el Aeropoeta fue cayendo en el
olvido. Mi situación económica fue menguando, por lo que tuve que dejar el
amplio departamento de tres recámaras que tenía y mudarme a un modesto piso de
una recámara. Comencé a clasificar mis pertenencias con tristeza, pues muchas
de mis posesiones y recuerdos irían a la basura. Al cuarto día, fastidiado,
cansado y deprimido por todo lo que estaba tirando, me encontré en el fondo de
una caja de cartón un sobre de papel manila, mecánicamente lo abrí y dentro me
encontré la hoja con poemas que mi amigo el poeta me había obsequiado el día
que lo conocí, junto con la hoja, estaban mis boletos de avión
México-París-México, según vi me costaron mil dólares, viendo todo esto, tragué
saliva pues sentí un nudo en la garganta, mis ojos se nublaron, mientras seguía
revisando el contenido del sobre, de pronto me tope con la hoja de papel en la
que mi amigo escribió el teléfono de su hermana y una luz brilló en mi mente.
Dejé todo lo que estaba haciendo y tomé mi celular, aunque varias dudas
invadieron mi ánimo. ¿Qué me encontraré, después de que han transcurrido más de
treinta años? ¿Vivirá la hermana? ¿Vivirá mi amigo? ¿Seguirá siendo el número
de su hermana?, sobreponiéndome a mis dudas marqué el número, del otro lado una
voz femenina contestó:
-Bueno.
-Disculpe.
Ahí vive la señorita Adela.
-No
ella ya no vive aquí.
El que me dijera la voz femenina que
ya no vivía ahí, fue una noticia esperanzadora.
-¿Sabe
usted en donde vive?
-Ella
falleció hace diez años. ¿Quién habla?
-Soy
Erik, un amigo de su hermano, el poeta.
-Ah,
tu eres el famoso Erik. Pensé que había sido una invención de mi tío.
-Disculpe,
¿quién es usted?
-Soy
la hija de Adela y sobrina de tu amigo.
Un poco desconcertado por la
familiaridad con que había dicho mi nombre y con que me trataba, le pregunté:
-Cómo
es que sabe de mí.
-Por
favor, háblame de tu. Es una curiosa historia que te contaré cuando vengas por
tus cosas.
Más desconcertado por su invitación,
por no recordar qué cosas podían ser y por que las tenía ella, volví a
preguntarle.
-¿Sabes
qué cosas son?
-Ni
idea. Pero, cuando quieras venir, con mucho gusto te las entrego.
El día siguiente era martes, fecha
en la que iba a ir el camión de mudanza y al menos necesitaba una semana para
acomodar mis cosas en el nuevo departamento, así que le propuse:
-Estos
días voy a andar un poco ocupado, pero si puedes de este sábado al siguiente
voy a tu casa. ¿A qué hora te queda bien?
-Para
mi el sábado esta bien. Si quieres pasa en la tarde, pues en la mañana me
dedico a poner en orden la casa.
-De
acuerdo. ¿Te parece bien a las seis de la tarde?
-Si,
aquí nos vemos.
-Por
cierto, como te llamas.
-Igual
que mi mamá, Adela.
Me dio su dirección, vivía por el
rumbo del sur cerca de la universidad. La siguiente semana poco tiempo tuve
para pensar en la reunión y “mis cosas” que tenía Adela. La mudanza, como la
mayoría de ellas, fue toda una odisea, desde cuidar que los cargadores no
golpearan los muebles o rasparan las paredes, hasta comenzar a desempacar y
colocar todas las cosas en el nuevo departamento, eso sin contar todas las
adaptaciones de bricolaje que debí de hacer.
El
siguiente fin de semana comencé a batallar con el calentador y el agua
caliente. Estaba luchando con el piloto del aparato, cuando sonó mi celular,
miré el número que me resultó desconocido y estaba dudando en contestar, cuando
dejó de sonar. Aliviado, por no tener que contestar y dispuesto a encender el
piloto, tomé nuevamente mis herramientas, cuando volvió a sonar el celular, vi
que era el mismo número y contesté.
-Bueno.
-¿Erik?
-Si.
Quién habla.
-Soy
Adela, te estoy esperando.
-¿Adela?
¿Qué Adela?
- La
sobrina de tu amigo el poeta. ¿No te acuerdas que quedaste de venir hoy a las
seis de la tarde?
Inmediatamente me di cuenta de mi
distracción, pero desconcertado le pregunté.
-¿Qué
día es hoy? ¿Es sábado?
-Si
y ya casi son las siete de la noche.
-Ijoleeee.
Discúlpame. ¿Qué hacemos? ¿puedo ir ahora?
-No
te preocupes. Si puedes vente. Si no, lo dejamos para otro día.
-En
una hora estoy por allá. ¿Está bien?
-Por
acá te espero.
Dejé todo lo que estaba haciendo,
rápidamente me di un regaderazo, me vestí y corrí a la estación del metro y en
veinte minutos me estaba apeando en la estación Copilco, camine un par de
calles y llegué a la dirección de Adela, toque el timbre y una simpática mujer
de cuarenta y tantos años me franqueó la entrada de la puerta:
-Hola,
soy Adela.
-Yo
soy Erik –le dije extendiéndole mi mano, pero ella se acercó y me saludo
afectuosamente con un beso en la mejilla-
-Pasa.
Atravesamos un patio y entramos a la
sala de la casa, me indicó un sofá para sentarme y ella se sentó en otro frente
a mi. Después de las presentaciones me platicó que ella y su madre eran
maestras y que era muy feliz trabajando con niños. Añadió que era divorciada y
que no tenía hijos, por lo cual vivía sola en la casa que heredó de su mamá.
Por mi parte, le comenté brevemente la historia de mi vida, finalizando con mi
estancia en París.
-Entonces
mi tío y tu vivieron juntos.
-Si
poco mas de un mes. Él me ayudo mucho. Sin su ayuda me hubiera amargado. Por
cierto, la primera vez que llamé dijiste: “el famoso Erik”
-Pues
claro. Es que mi tío constantemente se refería a ti como un gran escritor. Era
raro que fuera a una librería, pero cuando iba preguntaba por algún libro
escrito por ti, sin embargo nunca encontró alguno.
Al escuchar sus palabras me sentí
cohibido, pues nunca imaginé que mi amigo tuviera esas expectativas de mi. Este
sentimiento se conjunto con la angustia de la posible pregunta que vendría a
continuación:
-¿Y
ya escribiste algún libro? –preguntó entusiasmada-
Avergonzado, respondí:
-No
aun no lo he escrito.
Sin inmutarse dijo:
-Bueno,
ya lo escribirás.
Para salir del paso, le pregunté por
mi amigo.
-Y
tu tío, ¿en dónde anda?
-La
verdad no lo se. Ya sabes que siempre fue un viajero y aventurero incansable e
inalcanzable. Se la pasaba escribiendo, viajando y ligando.
-Pero,
¿no tienes ningún contacto con él?
-Hace
más de diez años que no se nada de mi tío. Lo mismo mañana aparece tocando en
la puerta, que nunca mas lo vuelvo a ver. Lo último que supe era que tenia una
enfermedad muy dura y que se iba a vivir a Estados Unidos con su novia que era
maestra de español allá. Pero, desde entonces no se nada.
-Si
siempre ha sido un aventurero –vi que mi reloj marcaba mas de las diez y media,
recordé que no había terminado de reparar el calentador y decidí despedirme-
Pues ha sido un rato muy agradable pero ya me tengo que ir.
-Lo
mismo digo.
Me incorpore para retirarme, cuando
me preguntó:
-¿No
se te olvida algo?
Dubitativo respondí
-Mmmmm
no, no que yo recuerde.
-Tus
cosas.
-Ah,
si mis cosas ¿y cuales son?
A lado del sillón donde estaba
sentada había una caja de cartón que tomó en sus manos y me entregó.
-Aquí
están.
La caja estaba cubierta con un papel
grueso y pegada con cinta adhesiva, en la parte superior con letra de imprenta
estaba escrito: “Entréguese estrictamente a mi amigo Erik. Solo él la puede
abrir”.
-Pues
no se que decir.
-No
digas nada. Llévatela y ábrela en tu casa.
Nos despedimos en el quicio de la
puerta con un:
-Pues
mucho gusto y muchas gracias por tan amena plática.
-Lo
mismo digo. Y ya sabes, esta es tu casa.
-Gracias,
en cuanto me desocupe un poco, te llamo a ver si vamos a tomar un café.
-Claro
que si. Adiós.
-Adiós.
Con una leve sonrisa me dirigí al
metro, la charla había sido amena y agradable. La verdad Adela podría ser un
buen prospecto. Aunque por el momento lo importante era regresar a la casa y
reparar el calentador o no tendría agua caliente para bañarme. En el Metro,
estuve a punto de abrir la caja, pero decidí mejor esperarme a llegar al
departamento. Cuando llegué me di a la tarea de tratar de hacer que funcionara
el piloto del calentador, pero no lo logré, por más que lo intenté. Así que
fatigado y fastidiado me fui a dormir con la esperanza de que al día siguiente
pudiera arreglar la falla. Esa noche dormí un poco inquieto, por lo que en la
mañana no me levanté de muy buen humor. Después de desayunar algo ligero
regresé a mi tarea y al cabo de unos minutos el piloto encendió y con él, el
calentador. Me di un buen baño. Al terminar acomodé unas cosas de la mudanza,
hasta que llegó la hora de comer, salí en busca de un lugar para comer, el cual
encontré a unas calles del edificio; comí y regrese a mi departamento, en donde
el sueño me venció y me dormí. Cuando desperté ya estaba oscuro, eran cerca de
las nueve de la noche. Entonces sonó mi celular.
-Bueno.
-¿Erik?
-Si.
¿Quién habla?
-Adela.
-Hola
Adela ¿cómo estas?
-Bien
y tú.
-Batallando
con la mudanza.
-Ah,
disculpa, no quería interrumpirte.
-No,
no pasa nada.
-Sólo
te llamé para saludarte y saber que tenía la caja. Disculpa, pero ya sabes
curiosidad femenina.
En ese momento me acordé de la caja
y caí en la cuenta de que no la había abierto. Sin embargo, eso no podía
decírselo, por ello, para salir del paso, le comenté:
-Pues
precisamente eso iba a hacer en este momento. Todo el día he estado trabajando
en la mudanza y dejé la noche para ver con calma el contenido de la caja. Si
gustas, al rato te llamó para decirte que encontré.
-Ay
discúlpame por interrumpirte.
-No
pasa nada, en unos minutos te llamo.
-Esta
bien, espero tu llamada.
La voz se le oyó cálida. A lo mejor
era mi imaginación, pero me dio la impresión de que no le era indiferente.
-Al
rato te hablo. Adiós
-Espero
tu llamada. Adiós.
Inmediatamente que colgué me fui a
la caja, con un “cutter” rasgué el papel y la cinta adhesiva, levanté las tapas
de la caja y me encontré con una botella de champaña muchas hojas amarillentas
con poemas escritos a mano y una carta. Abrí la carta escrita con letra
manuscrita:
Mi querido Erik:
Si estás leyendo esta carta,
significa que no has defraudado mi confianza en ti y mi deseo de encontrarnos
nuevamente, aunque sea de esta forma.
Hace poco tiempo me diagnosticaron
una enfermedad difícil de combatir, en pocos días mi cuerpo está resintiendo
los embates de la enfermedad.
Durante estos años he seguido
escribiendo poesía, empero no he publicado mi libro. He buscado algún libro tuyo,
pero hasta el momento no lo he encontrado, de donde deduzco que tú tampoco has
escrito tu libro.
Sabes
que mi vida sólo gira alrededor de la poesía y las mujeres y en el tiempo que
me queda de vida quiero vivir tan intensamente como pueda ambas cosas.
A estas alturas de mi vida poco me
importa el reconocimiento de la gente. Mi obra no ha trascendido aun pero como
a Van Gog (pintor incomprendido en vida), espero que a mí me suceda lo mismo.
Te dejó todos mis poemas para que
hagas con ellos lo que mejor consideres y si decides publicarlos o escribir tu
libro, en cuanto salga publicado cualquiera de los dos tómate la botella de
champaña para celebrar y honrar nuestro pacto.
Pero si decides no publicar mi obra,
ni escribir tu libro, de todas maneras, tómatela, pues poeta o no, escritor o
no, la vida sólo se vive una vez y tú y yo la vivimos y compartimos en París.
El Aeropoeta
Quiero más...
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