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jueves, 5 de diciembre de 2019

Ara.


       
    
    Era brillante. Todavía recuerdo con total nitidez como llegaba a la Facultad montada en su bicicleta de paseo y con sus libros metidos en la cesta. Y de como sus pantalones ceñidos balanceaban su magnífico culo al ritmo del pedalear. Era la hippie más atractiva de cuantas poblaban el campus universitario de Biología. Tenía una genética fuera de todo alcance. Pero, su esplendor no iba a resultar eterno.
Por aquel entonces, Ara seguía siendo una activista recalcitrante en busca de la redención de sus pecados, ya que por otro lado consumía como la más compulsiva de las antisistema en mercados, ferias, conferencias, talleres, cursos y másteres tematizados que ocupaban la mayor parte de su tiempo. Lo había convertido en algo vital. Sus amistades y su potenciales parejas futuras debían comulgar con alguna de estas prácticas además de ser fiel devoto de sus mantras. Participaba en revistas especializadas donde prestaba su pluma en artículos relacionados con su tema fetiche: el cambio climático. A mi me importaba mas bien poco si el mundo se iba a tomar gárgaras por culpa de una glaciación, un meteorito caído del espacio o una gran erupción que acabase con la cantidad de gentuza que poblaba la tierra. Yo había venido al mundo a disfrutar de mi hedonismo. Convertirme en el mártir de la causa por azar del destino no me atraía en absoluto. La vida me parecía tan hermosa como absurda, y entregarla sin mas recompensa que pasar a la posteridad una vez muerto era demasiado sacrificio para tan magna ofrenda. 
Fue en una de las múltiples y multitudinarias manifestaciones que por aquel entonces se estaban dando simultáneamente en diferentes lugares del globo cuando pude dirigirle por primera vez la palabra, oír su voz y probar a que olía. Fue en ese preciso momento cuando tome conciencia de que para Ara yo nunca había existido. Rara sensación para alguien que construye una historia entorno a otra persona y se da cuenta al cabo de mucho tiempo que el único personaje presente es uno mismo. En ese imaginario fabulé con la idea de que ella se estaba haciendo la indiferente para darse valor y así provocar el interés en mi. Me sentí un estúpido ante aquella chica que olía a pachuli. 
Ella nunca se supo observada. Esa primera impresión de verla y oírla de cerca me trajo diversas y contradictorias sensaciones que desmontaron algunos de los mitos que tenía formados. Su tono de voz resulto ser joven y tímido, cuando siempre lo imagine áspero, rudo y contundente. Detonaba inseguridad. Más tarde, cuando nuestra relación se afianzó, pude dar cuenta de mi apreciación inicial; era una chica extremadamente miedosa e insegura.
Fue mi amor platónico hasta que el sueño se transformó en realidad. Tarde, aun cuando la dicha es buena. Y digo buena por que en el fondo era eso, buena persona. Todo lo demás; su físico, su cara, su belleza en general, todo trascendió cuando descubrí en ella un enorme corazón. Pude disfrutarla un par de años antes de que las malas compañías, filibusteros de la causa medioambiental y periferias más pendiente de lo carnal que de lo espiritual, la arrastrasen hasta un camino sin retorno que acabó provocando el caos en una cabeza idealista y bienintencionada. El alcohol y las drogas acabarían dando con sus huesos en la mas absoluta mendicidad. A partir de ese momento, y por mas que lo intenté, no pude dar con el paradero de Ara que hasta ese momento frecuentaba según mi última pista los parques de la ciudad, pasando las noches resguardada bajo unos cartones reciclables soportando los azotes del calentamiento global.  

2 comentarios:

  1. Un triste final para Ara. Supongo que debe haber muchas Aras y claro está, Aros. Y qué estrecha es la frontera que separa el camino del precipicio.
    La frialdad o cierta lejanía del narrador del personaje, se contagian al lector, casi como en un estilo periodístico.
    Gracias Jesús

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