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miércoles, 18 de diciembre de 2019

Aquella. Ella. Yo.

*Daniel Casares Román.

  Desde aquella posición se sentía privilegiada. En ese lugar podía ser ella. Desde ahí, lo observaba todo. Desde aquí, me siento segura y protegida.
  Miro como mis hermanos varones juguetean alegres y ausentes. Para ellos el destino les depara lo mejor de esta vida. Para mi, que ahora cumplo trece, ya está casi todo dicho. Pero no me rindo. No me resigno.
  Mi madre, víctima de si misma, sin saberlo me causa un enorme dolor. No puedo permitir que la duda me arrastre con ella. Es tanta la pena que siento que, hay veces que la ira se apodera de mi. Es una buena mujer. No quiero hacerle daño. Es cumplida, fiel y cuidadora. Todo lo que hace busca el bien. No es lo que yo quiero.
   Y están ellos. Recios cancerberos castradores. Mi padre lleva luchando décadas. Lo quiero. Lo admiro. Tiene tres hijas preciosas. Listas y trabajadoras. Nos ha educado para volar. 
   -No nos pertenecen -le decía incesantemente a mamá.
  Miro a través de aquella rendija y pienso que más allá de aquel horizonte hay una vida mejor. Me siento mujer. Femenina. Fuerte y con ganas de opinar, de aportar. No soy menos que nadie. Ahora he vuelto a casa y me acomodo de nuevo a observar por la rendija. Veo que no somos tan diferentes. Que aquí soy feliz. Que ahí, no lo son tanto. Que en ese lugar hay demasiado ruido. Que desde aquella posición he podido apreciar que, la felicidad está en la cosas pequeñas, en el tiempo lento, en lo cotidiano. Que desde aquí, desde mi rendija, sueño con que puedo hacer de esto una vida mejor.

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