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viernes, 23 de mayo de 2014

Tenorio




 Un día tuve la oportunidad de coincidir con él. Era una cena organizada. Allí estaba aquel amigo de todos que nunca quiso uno. El rey de la fiesta. Su nombre, Juan, siempre había estado en boca ajena. Había escuchado hablar mucho de él, pero hasta ese momento no lo conocí. 
 Rápidamente intuí que estaba frente al “gallo del corral”. Un manipulador en toda la extensión de la palabra. Infiel, misógino enfermizo, siempre buscando a una ingenua “Doña Inés”. Las odiaba, eso estaba claro. Sin embargo, no podía vivir sin ellas. Quise saber hasta donde llegaba su poder. Y entonces decidí lanzarme al vacío.
 Me enfrenté a él y a su triste figura. Perdí. Sus escuderos me hicieron trilla. Fue una osadía por mi parte. Cansado de aquella pleitesía del que no quiere ver, no medí las consecuencias pues no sabía de su protección y de la animadversión hacia mí y los míos. Fue un enfrentamiento de esos de capa y espada. Violento en palabras, violento en gestos.  
 Ahora estoy solo. Me dieron de lado, y mi Doña Inés está ausente. ¡Ay mi Doña Inés! Qué le pasará. Que le estará pasando. ¡Él!, él... murió en un combate contra sí mismo. 
 Una mañana al levantarse, cuando su cuerpo marchitó y la soledad era más fuerte que el destino, no se reconoció en el espejo. Se le cayó el velo dejando al descubierto al tenorio. A ese qué tanto veneraba. Qué tantos veneraban. A Juan. Ya por aquel entonces, Don Juan... Don Juan Tenorio.

    “Llamé al cielo, y no me oyó,
    y pues sus puertas me cierra,
    de mis pasos en la tierra
    responda el cielo, no yo.”

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