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miércoles, 26 de septiembre de 2012

Me confieso no creyente


           
La evolución de Darwin
Como prácticamente cada día de diario, tras comer en casa (el mejor restaurante del mundo), toca echar una cabezadita en el sofá, pero eso sí, teniendo de fondo la 2 en el televisor. Tras acabar el concurso de “saber y ganar” con el insigne Jordi Hurtado, que sería capaz de amenizar una larga sesión contemplativa del paso de Luna creciente a decreciente, comienza el documental de la siesta. Este documental, sus voces narradoras, “investigadores científicos” en el papel de actores frustrados, leones con nombre y apellidos y demás bichos, bien merecen un futuro relato específico.


Pues sí, resulta que, no ya sin saber muy bien cómo, sino apostando claramente por el postulado sobre la teoría, e incluso los más atrevidos teorizando sobre lo que han postulado otros, llevamos una serie de capítulos (entiéndase como comento al principio, que de cuerpo y mente medio adormilados) sobre la teoría de la evolución de las especies, que, sin lugar a dudas, si se le hubiese ocurrido a un español en lugar de al señor Darwin, aún estarían riéndose de nosotros por el simple hecho de ser posibles descendientes del iluso ocurrente.

Puedo entender una cierta evolución, y más, si unas veces hablamos de miles de años, y dos párrafos más abajo nos metemos con los millones de años. Es decir, que si un poco más erguidos, que si más o menos pelos, que si color de piel, y casos similares. Pero intentar demostrar que de un bichito de nada, por supuesto nadador, (sobre este, la teoría “evolutiva”, por lógica, no dice mucho de dónde salió) y vía años y efectos gráficos asombrosos llegamos a los dinosaurios, y que siguiendo la misma regla de tres, del dinosaurio pasamos a los pájaros (¿para qué crecer para luego empequeñecer?), para justificar la aparición de las alas desde antiguas agallas de los peces, y las plumas, que aparecieron en los dinosaurios de los árboles, me parece cuando menos una prepotente estupidez. Además los muy ilusos, te muestran un fósil que datan en 150 millones de años, con exactamente la misma libélula que hoy en día te puedes encontrar en la terraza de tu piso, para demostrar la estructura de las primeras alas, y no caen en la cuenta de que este mismo caso echa para atrás todo el cuento anterior no ya de la evolución de las especies, sino de su metamorfosis.

Y ya para terminar, aunque no ha salido en los documentales, o ha salido mientras dormía, lo de que el hombre viene del mono. Vamos a ver, que el “hombre especie”, y en base a la teoría de la evolución de las especies, viene del “mono especie”, no se lo cree nadie. Entonces, los monos qué son, ¿retrasados evolutivos?, o dónde está ese casi mono-hombre que sería lógico desde una evolución de una especie a otra; y el mono, ¿de dónde viene?, aquí ya sí que seguro que vuelven o al bichito del agua o a los dinosaurios.

En fín, no me negarán, que creer en todo lo que les he contado, es un acto de fe mucho mayor que el de creer que todo lo hizo Dios, y que a pesar de ser Dios, echó casi una semana. Por eso, yo me confieso no creyente. No creyente en Darwin, claro.

Guerrero

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