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miércoles, 3 de abril de 2019

En aquella casa... (continuación)

  


  Javier era el menor de tres hermanos. Un desorden en su identidad al respecto de su sexualidad, le hacía concebir su cuerpo enfrentado a la dualidad. Era más que evidente que era varón, a pesar de que estaba convencido de que lo suyo era vagina, y de que lo que le pendía de sus axilas era mama y no pezón.
Para nada era cuidadoso con su cuerpo, no hacía ni tan siquiera el intento de borrar rastro alguno de su virilidad. Tan solo algo de sobrepeso, que le dotaba de una fisionomía rolliza, lo cubría en un áurea de feminidad. O tal vez es que, ya todo aquel conocido, estaba tan acostumbrado a sus aseveraciones al respecto que lo consideraban mujer.
  Bien diferente era Fernando. Una orangután de metro ochenta y cinco, de grandes manos y piel curtida. Por cabeza tenía un enorme melón. Y no solo por el tamaño, siempre vestía con gorra que trababa en la coronilla, si no también por su enorme tozudez. Del bolsillo trasero de su pantalón, invariablemente colgaba un par de guantes de trabajo. Era un holgazán. De su holgazanería daba cuenta una enorme tripa que le brotaba del diafragma y que le colgaba de la ingle hasta casi mitad del muslo. En una ocasión tuvo una novia que lo abandonó pues, no daba cuenta a la hora de ponerse manos a la obra. No le bastaba con que aquello fuera vox populi, ya que de ello se encargo el picazón de ella, que se jactaba de su poderío en sus insinuaciones a terceras.
  Y allí, en segundo lugar dinástico y sin soberanía alguna,     
Joaquina. Qué se puede decir de Joaquina. Pues nada. Tan solo recordar que; si por algún atavismo te caes de un guindo, tener claro que no eres una guinda. 

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