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martes, 26 de marzo de 2013

Eduardo


Esa misma mañana le había prometido amor eterno. Necesitaba oír esas palabras. Pasaba por una mala racha. Una de tantas. Marisa era así.
Se marchó a la oficina descargando un saco de reprimendas. La convivencia se antojaba cada día más insoportable. Ya no compartían caricias. No compartían confidencias. No follaban.
La autocomplacencia bajo la ducha rememorando secuencias del pasado aderezadas con un poco de imaginación y bastante de asepsia, se había convertido en el único y mejor momento del día. Le satisfacía más que un fugaz momento de felicidad. 
Se encontraba en un callejón sin salida. Atrapado entre el deseo irrefrenable de huir, y el insoportable yugo de la responsabilidad. Jamás perdonará a sus padres la educación que le embutieron en aquel trasnochado colegio.
A través de la ventana del autobús, Eduardo, cayó en la cuenta de que El Caminante recogía sus veladores. Y recordó aquellos desayunos. ¡Qué un lunes al atardecer es tan bello como un domingo al amanecer! Y recordó aquellos paseos y sus largas charlas ¡Qué la Alameda sigue tan carente de escrúpulos y tan mágica como siempre! Y recordó qué allí fue donde sus labios sellaron “su amor para siempre” ¡Qué el piso que compraron a medias ahora está okupado! Y recordó qué hubo un día en el que fueron felices...
Y entonces recordó que... esa misma mañana le había prometido amor eterno.

2 comentarios:

  1. Promesas enlatadas, como una sintonía más del móvil. "Te quiero, te quiero". O esa otra de "bip, bip". Ambas avisan de lo mismo, un mensaje sin lectura en tu tarjeta de memoria.

    Relato algo triste pero a su vez esperanzador. Gracias Jesús.

    Seguimos...

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  2. Tus comentarios son motivadores e inspiradores. Algunos deberían dejar de serlos y pasar a formar parte o el todo de una entrada. Gracias y vamos...

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