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viernes, 20 de abril de 2012

GINETTA (Capítulo II)

En el capítulo anterior:

Con gestos y ademanes propios de la edad, señalaba a uno de los alumnos y en seguida le preguntaba:
-¿Y le ha escrito algo?
-Sí.
-¿Qué le escribió?
-Un verso.
-¿Se lo quiere leer?

Y la niña, comenzaba a leerle el verso, que acababa de escribir, sobre el escritorio del maestro. Al final, le aplaudían, por su creación, pero sobre todo por la admiración que despertaba, al ser tan pequeña y tan desinhibida. Su niñez, se desarrolló con un apego a su padre, a quien acompañaba a todas partes, y de quien recibía toda clase de mimos. La madre, por el contrario, celadora de la disciplina del hogar, diría este, de manera férrea y rígida. Para la mujer, las formas, estaban sobre todas las cosas, inclusive los sentimientos. Y gracias, a la dirección de la madre, los hijos, se comportaban de manera responsable y educada. Doña Martina, ferviente practicante católica, estaba integrada a la iglesia de la localidad, siendo recalcitrante proselitista y defensora de la moral religiosa y practicante, de todas y cada una de las actividades o practicas religiosas ordenadas por la iglesia. Si bien, Ginetta, discrepaba, constantemente de las instrucciones de su madre, se guardaba muy bien, de cumplirlas al pie de la letra. El carácter y talante de su progenitora, no admitía desviación alguna a sus ordenes. Pero, fuera de ello, la dinámica familiar, se desarrollaba, en un ambiente de cariño y unión. Su niñez y adolescencia, transcurrieron, felizmente para la chica. En los albores de la mayoría de edad, comenzaron ella y sus amigas a coquetear con el amor y por ende con sus amigos. Si bien, antes, se reunían en las casas de sus familias, para celebrar reuniones o fiestas. Al comenzar a cumplir dieciocho años, comenzaron a ir a bailar a las discotecas. El cuerpo de Ginetta, a esta edad, había alcanzado su plenitud, de silueta delgada, sus senos proporcionales a su cuerpo, se adivinaban firmes y certeros, mientras que su trasero, se había desarrollado un poco más de lo normal, haciéndolo muy atractivo a las miradas masculinas. Pero, lo más hermoso, era su rostro, ese rostro que da la juventud, lozano, transparente, lleno de energía, con unos labios carnosos, una delineada nariz, y unos expresivos ojos negros, que atrapaban la mirada de quien se cruzaba con ellos. No solo tenía muchos admiradores, sino que también tenía diversos pretendientes. Y ella, disfrutaba con todo ello, pues se sentía alagada. Como contrapartida, su madre, constantemente le ponía los pies en la tierra.
-Cuidadito, con los “huercos”. ¡Que no me entere, de que anda dando el espectáculo por ahí!-o bien le sentenciaba- Piense mucho en lo que hace cuando salga con los “huercos”, pues un error, va a hacer que se arrepienta toda la vida.
Y le recordaba el caso de diversas conocidas, de las que se sabía que andaban besándose en el cine o en el coche con sus novios y que eran la comidilla de la sociedad. Eso, sin contar las que salían embarazadas, sin estar casadas. Eso, era una de las perores afrentas, que le podía pasar a la muchacha y recibir la familia. Situaciones como esa, marcaban para siempre a toda la familia. En una ciudad pequeña, el cumplimiento de las formas, era esencial, para poder vivir en paz, al menos en el aspecto moral-social. 

Continuará………………

  El Capitán.

2 comentarios:

  1. Sí, eso, cuidado con los huercos.

    Gracias Capitán.

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  2. Huerco: muchacho (hombre que está en la mocedad)... La chica se está espabilando...

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